Mientras bebo el café que Nidia
me preparó, trato de sentir los tres sabores metálicos en el borde del pocillo
y de palpar la triple suavidad de las aleaciones en el límite del plato que lo
acompaña.
No sé si alguien lo había notado
antes. Yo lo noté cuando detallé en la puerta y sus ornamentos concéntricos,
justo antes que la abriera para recibirme, fría, como lo esperaba. Luego, vi
los cuadros, los retratos, después me percaté de la mesa y las sillas, pedí
prestado el baño y allí seguí encontrando, en cada detalle, los tres anillos de
tres aleaciones con oro, siempre en el mismo orden: amarillo en el borde, blanco
en el centro, cobre en el corazón. Antes de terminar de beber el café, la exigencia
llegó: “Devuélvemelo”, me dijo más fría que nunca. Le respondí que yo no lo
tengo, que lo perdí que lo empeñé y no lo recuperé...
Entonces fue cuando saltó sobre mí,
con una daga más pulida que la taza del sanitario. Ahora sí sentía el sabor del
metal, en el filo, lo saboreaba en mi sangre, pero no sabía de cuál de los tres
oros estaba hecha. Estaba dispuesta a matarme allí mismo y yo estaba dispuesto
a morir. Le pregunté por qué lo quería. “¡Porque es mío!”, contestó y yo que
ella lo perdió cuando me sacó de su vida… La verdad es que salí de su vida con
el mayor cálculo, esperando el momento para regresar.
Luego pasó todo rápido. La
sensación de estar mojado y la certeza de la mancha que será difícil de
limpiar. El hedor de sus vísceras expuestas. El sonido hueco de su cuerpo al
caer.
Pudiera quedarme a vivir aquí y
disfrutar de toda la decoración, pensando que la hizo para mí. Pero no. Ya sin
afán, saco el anillo de un cajoncito secreto que años antes horadé, bajo uno de
los baldosines del mosaico en la pared del mesón de la cocina. Mis ojos se
cortan con el fuego de sus tres aleaciones y me lleno de nostalgia. Ahora dudo si
me lo llevo, como era mi objetivo al llegar aquí o si lo introduzco entre la
mierda de sus vísceras y me voy, para que se funda la trinidad de los metales
en el horno de sus entrañas. Al fin y al cabo, siempre supe que ella lo quería
más que yo. Terminaré el café, lo decidiré luego.
WILLIAM HURTADO GÓMEZ
Cartagena, Mayo de 2012
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